
En la montaña,
en la mañana,
en el silencio sólo roto
por la cadena engrasada
que arranca un rumor sordo del asfalto,
pedaleo.
180 pulsaciones por minuto,
curva cerrada de herradura a la izquierda,
empapado en sudor bailo sobre la bicicleta y me integro,
con la respiración acompasada,
en el corazón de piedra del paisaje,
2.000 metros de altitud,
un mar de nubes a mis pies
y en la boca palpitando el sabor de la victoria.
Lejos, muy lejos, queda ahora la belleza artificial de los museos.
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